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miércoles, 27 de octubre de 2010

Caballo muerto

Caballo muerto en mi pecho, caballo.
Músculo envuelto en espinas.
El rumor de tu carne
se queda en la arena.

Mi sangre acaricia tus corvas,
tu crin se me enreda en las venas
y aquí, junto a mis huesos,
guardo yo tu calavera.

Cierra los ojos, caballo.
Descansa.
Este lomo ya no suda.
Este labio ya no tiembla
y tu cuello ya no alcanza
ni el arroyo ni la yerba.

Sin embargo,
a veces siento, caballo
que en mi centro se estrella,
se estrella,
una y otra vez
tu calavera
y por un momento refulge, caballo
en tu frente una lumbrera
y mi voz va dando tumbos
y tus patas se vuelven hoguera

y yo corro desquiciada
con tu pira que me quema,
que me quema,
hasta que otra vez se apaga
y otra vez me quedo quieta
regando la ceniza con el agua de mis
cuencas.
Caballo muerto en mi pecho,
caballo.

miércoles, 9 de junio de 2010

Escuchar

No lo vimos.
El agua tembló,
y no supimos leer los pliegues.
Mirábamos
con el rabillo del ojo
sintiendo la caricia
del cuchillo de agua y luz
en nuestras cuencas
con miedo a que la luz nos cegara
o nos abriera de tajo los párpados.
No adivinamos
el trazo de las escamas
ni vimos esa sombra
que hería la transparencia del agua
y agitaba su lomo tan cerca de la barca.
Quizá un oído mucho más agudo
habría podido detectar el chapoteo,
el sonido de esa oquedad en la piel del agua
cerrándose sobre sí misma
donde la cabeza de la criatura nos midió
y se escondió antes de que nosotros
giráramos la cabeza.

martes, 4 de mayo de 2010

Cicatrices

No hablaremos de malestares pasajeros
sino de cicatrices.
De estas letras diminutas que envuelven mis manos.
Aquí donde mi mano se encontró con la pared,
aquí donde el animal engulló mi dedo,
aquí donde mordió.
Éste es un rasguño de la infancia
y un poco más acá es donde el agua
quemó mi piel de niña
por primera vez.
Ésta de acá la forjé yo misma
jugando a entender lo que era el dolor
y en mis codos y rodillas la piel
se abulta y me indica
que así aprendí a caer, a arrastrarme, a levantarme,
a usar estos pies en donde se escribe grotescamente
la historia de las distancias recorridas,
de los zapatos equivocados,
de los bailes con los pies llenos de llagas.
Aquí en el arco de mi pie,
donde la piel cambia de color,
se enterró el tronco de una planta subacuática
Adentro de esa boca de agua,
bajo el suave lodo, alcancé vegetación,
un tronco hiriente, la vida
asfixiada por la arena.

Con el rostro oscurecido por el tiempo
perdido y ganado,
con la tristeza y la alegría en lucha encarnizada
por territorios que examino en el espejo,
crezco, acumulo cicatrices.
Ahora, esta herida forma el primer trazo
de un nuevo bosquejo.
Aquí se irá bordando un tumulto de flores
con voces que sólo los dedos sabrán descifrar.
Un corazón viejo vestido de flores
no vuelve a latir igual.

sábado, 24 de abril de 2010

Jacarandas

Florecieron al mismo tiempo.
Entre la angustia y la bruma.
Después de un invierno tibio
consagrado a mirarnos lo pies.

De pronto estaban ahí,
en todas las calles.

Un entramado morado
de dedos luchando por alcanzarse.
Un refugio de flores
para protegernos del polvo, la lluvia y el viento.
Un frágil techo para que el sol nos plantara
un beso morado en la frente.

Ahora una tenue contracción
hace que las jacarandas se oscurezcan
y nuestros pesares quizás caigan
tan lentamente
como la más pequeña flor
se desprende de una rama.

lunes, 12 de abril de 2010

Nada más que lo que es

Una pared blanca donde
se estrella la cabeza.
Una pared blanca.
Las yemas de los dedos palpan
incrédulas
pero esto es.

Calculamos y andamos
el camino, de ida y vuelta,
seguimos el trazo de las grietas;
metemos el dedo en la llaga
y no hay más que certeza
de que esto es
y sólo, quizás, sospecha
de que todo,
todo el tiempo,
está a punto
de romperse
y de que
algunas veces
se rompe.

Hay sangre y hay viento y hay vida
y hay mucho dolor
y luego silencio.

Aquí los pétalos tiemblan
y el sol calienta las frentes
de quienes siguen andando.

Por todos lados la vida se mueve
con una torpe falta de respeto
por la muerte y su silencio.
Aquí todo es ruido.
Allá ni siquiera hay alguien que escuche.
Allá ni siquiera hay espacio;
sólo un no escuchar,
un silencio inconmensurable.


martes, 19 de enero de 2010

Eva

Un camino de yerba plana,
un rastro de suave cartílago
se restriega sobre la piel vegetal
en silencio.
Se escucha el zumbido eterno
de los insectos, se esconde el susurro
de lengua bífida.
En los contornos de un árbol,
el susurro resbala
entre nudos de madera
para alcanzar la endeble rama
donde cuelga un fruto.
La piel roja y tensa, a punto
de cambiar cruelmente de color,
abraza la carne blanca,
semilla negra,
un útero blando que espera
unos dientes,
-¿Los míos?
-Sino ¿para qué?
Dijo el susurro estancado
entre celdas líquidas.
-¿Para qué el vientre y la semilla
a punto de reventar?
De aquí un brazo, una rama,
unas hojas, unos dedos,
unas uñas que retoñan
y desgarran el tejido
con maldad de crecimiento.
Y tus dientes no conocen
lo blando de la carne
ni cuándo han llegado al hueso,
y tu piel no distingue la mordida cruel
de la caricia de unos labios
Entonces ¿para qué? ¿para qué?
Esta carne blanca,
esta semilla negra,
este útero cruel
engendrando vida
¿para qué?
Ella envolvió el fruto con los dedos
y unos dientes se enterraron en la suave pulpa.

martes, 20 de octubre de 2009

La niña


La niña quiere salir
a patinar.
Ay la niña, pobre niña,
con las piernas,
con los dientes,
con el aire tan helado
que la escarba en la nariz
y la penetra
y me la invade.
Ay la niña, pobre niña,
cómo me duele la niña
tan flaca,
tan grande,
su pierna y su boca,
y yo aquí aferrada
al hueso en su codo.
Cómo me duele la niña
que acaricia el aire helado
con el grito de los árboles
callados, tan callados.
La niña quiere salir
a patinar
y se me va,
se me va yendo, pobre niña,
de las manos,
manos flacas, dientes blancos,
que se van
y yo me aferro
a sus huesos de adulta,
a su cara de niña
que se va, pobre niña,
y me deja a mí,
pobre niña,
con el aire que me mata
y se me mete en las arrugas.
Ay la niña, pobre niña,
que se va en el aire helado,
con el grito de los árboles
callados, tan callados.